viernes, 27 de abril de 2012

Andalgalá resiste
por Silvana Melo

“Yo aprovecho para mandarle un abrazo de muchos brazos a los pobladores de Famatina, Tinogasta, Andalgalá, Belén y otros que no se dejan engañar con esos cuentos de las sanguijuelas modernas que te venden buena salud mientras te acompañan al cementerio”. (Eduardo Galeano en la Feria del Libro)

Acaso ya desde su nombre (el Señor de la Alta Montaña) Andalgalá le resiste a Agua Rica. Puesto su nombre -el de la mina- con un gesto de amarga paradoja. El agua dejará de ser rica -en sabor y en riqueza- cuando el cerro molido y derrotado corra con ella por el ducto, hecho ya una sopa de ácido y mineral. Tan lejos está febrero, cuando en el valle ardiente los pueblos de la cordillera piquetearon la montaña. Y los supermedios clavaron su parafernalia en una insólita solidaridad con la gente olvidada. Que duró lo que dura un lirio en la nieve. Es decir, hasta que el capital propina un sopapo de conciencia. Pero que ya no sea tapa de Clarín y que Julio Bazán no despliegue su metaforismo bizarro en medio de las balas de goma de la infantería no significa que Andalgalá haya capitulado. Ni Famatina ni Belén ni Tinogasta ni Amaicha. Están todos de pie, a pesar del discurso presidencial, del obrero trucho, de la publicidad de la Cámara Minera que invirtió -y repartió- mucho dinero y creatividad para convencer de que sin minería no hay celulares ni sillas de ruedas.

Pero están de pie. Por Esquel 2003. Por Famatina 2006. Cuando pueblos anónimos y depreciados se les plantaron a los conquistadores -ya sin pizarros ni bergantines- que vaciarían de oro los vientres de los cerros. Dejando como rémora la tierra cóncava y envenenada.

“Con Agua Rica desaparecería Andalgalá, como la Alumbrera viene diezmando nuestra población desde hace años”. Juan José Rodríguez y Rosario Carranza, desde la Asamblea y la Radio El Algarrobo, le pusieron voz a la lucha cuando el poder es un ramillete de política, empresa, justicia y medios. “Muelen cerros enteros” y el horizonte aparece donde fue el reino del Señor de la Alta Montaña. Pero Agua Rica está a 17 kilómetros de Andalgalá y no a 80 como la Alumbrera. “Está en la naciente de nuestros ríos. Más allá de dejar un agujero en nuestros cerros, sacan el agua. Y las poblaciones compiten con la capacidad de las empresas para sacar el agua. En realidad, no compiten, porque ya se les cedió el permiso del agua a ellos”. La Alumbrera consume cien millones de litros diarios.

La conciencia, desde Esquel y Famatina, dice que a las multinacionales se les abren doradas puertas legales e impositivas para que se lleven los recursos de la tierra. Y de que ese saqueo vendrá invariablemente a través de la explotación a cielo abierto. Ya no hay socavones. Se vuela la montaña, se muele la piedra y se lava con cianuro para separar el oro de la roca. Todo al aire libre, con millones de litros de agua negadas a la vida y que mudarán su transparencia al azul del veneno, con el polvo que molerá tantos pulmones como cerros, con las explosiones que exiliarán a las torcazas.

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“El primer tratado binacional entre Menem y Frei es la entrega de cien kilómetros de ancho de cordillera a las transnacionales: las nacientes de todos nuestros ríos forman parte de un tercer estado transnacional minero que Cristina profundiza”, dice Juan José Rodríguez a APe. En febrero, Tinogasta, Belén y Amaicha fueron reprimidas brutalmente. En Andalgalá escuadrones de empresarios, profesionales y demás dependientes de la mina sitiaron la ciudad. Los brazos represivos del Estado y los medios, como piezas clave, judicializaron el reclamo por la vida y la identidad. La Radio El Algarrobo fue un hilito de agua fresca y dulce en medio del ataque aluvional. “Los grandes medios son parte de la misma corporación. Nosotros ya no estamos hablando en las asambleas sólo de megaminería sino de modelo extractivo, y ahí surge la soja donde Clarín tiene muchísimas inversiones; surgen los desmontes, cómo los padecen los qom, que sufren el destierro, el avasallamiento, el envenenamiento de sus ríos, la fumigación, la imposibilidad de seguir manteniendo su forma de vida y su cultura. O se van o los matan. Como a los qom, como a nosotros, que si no nos vamos nos moriremos envenenados”.

La Alumbrera “destruyó puestos de trabajo, destruyó las economías regionales para que la única opción sea la minera”. Curiosamente, un informe publicado en La Nación el 19 de febrero de 2012 avala meticulosamente la certeza del pueblo catamarqueño. “Con exportaciones de cobre, oro, plata y molibdeno por 43.848 millones de pesos hasta 2010, la mina apenas emplea directamente a unos 100 vecinos de Andalgalá, que provee una ínfima parte de los productos que la mina consume” (SIC). 140.000 toneladas de cobre, 400.000 onzas de oro cada año se lleva La Alumbrera. Las deshidrata vía ducto en Tucumán y se la lleva en trenes propios para sacarla del país por el puerto de Santa Fe. En el camino va dejando su ruta envenenada, sus pueblos secos y las panzas vacías de la tierra. “En un sólo año facturó más de lo que invirtió para iniciar la producción de la mina”, dice el diario insospechable de cuestionamientos sistémicos. Mientras tanto, el estado catamarqueño sigue siendo el principal empleador y, a pesar de los espejismos mineros, un tercio de los andalgalenses está desocupado.

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La desaparición de Famatina y Andalgalá de las vidrieras mediáticas nacionales coincidió, sugestivamente, con el cerrado discurso presidencial a favor de la megaminería y a distancia abismal de los pueblos cordilleranos. De las gentes anónimas y lejanas que se juegan en los pies de los cerros los pulmones, la sangre, los pájaros. La vida. De a decenas de miles se la juegan mientras en las pantallas globales la represión a tinogasteñas con niños en sus brazos se reemplaza por la publicidad de la minería sustentable con la rúbrica de la Cámara Minera.

“No podemos aceptar que destruyan nuestros cerros para el consumo, para fabricar celulares que duran dos años. Hagamos tecnología que dure veinte años y no descartable. Nuestros bosques, nuestros ríos, nuestra cultura desaparece en función de que necesitamos un celular por año”, se atreve Juan José Rodríguez desde la voz resistente de El Algarrobo.

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Los pueblos y los cerros están en pie. Habrá que derrotar su propia historia para que el bisturí de los conquistadores les extirpe los minerales y la cultura. El espíritu diaguita vela el sueño del volcán dormido. Dicen que en la cintura del Ojos del Salado sobrevive una enorme mina de oro descubierta por los incas. La conquista cerró los sueños con llave de hierro y sembró los valles con la sangre de los diaguitas rebeldes. El cerro no lo perdonó. Mientras los muertos esperan pacientemente el amanecer de la libertad para volver a la vida, el que se atreve a tocar el oro de la mina sucumbe al viento blanco que estornuda el volcán. Que se cuiden las Barrik y las Osisko. Que en cualquier momento puede victorear el alba. Y otros serán los pájaros que canten.

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