49 muertos y más de 400 heridos
El Gobierno sabe hace tiempo que los trenes urbanos son un polvorín después de años de una política desquiciadaNadie puede sorprenderse de lo que sucedió hace pocas horas en las vías del Ferrocarril Sarmiento. El Gobierno sabe hace tiempo que los trenes urbanos son un polvorín después de años de una política desquiciada; los concesionarios conocen a la perfección el estado casi de chatarra en el que está sumido el sistema y los usuarios, testigos diarios de la decadencia, suben al tren con una resignación casi animal sabiendo que se encomiendan por unos interminables minutos a la suciedad, la incomodidad, el calor, el frío y lo que es peor, a la inseguridad.
¿Puede sorprender al Gobierno este accidente? No. Seguro que no. El kirchnerismo decidió mantener despedazados los contratos que deberían poner las reglas ferroviarias. Jamás escuchó a nadie respecto de la necesidad de poner blanco sobre negro en un sistema que transporta alrededor de 420 millones de pasajeros por año. No hay contratos y no hay control. La Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT) está intervenida desde hace años y de ser un organismo de control pasó a ser un apéndice del Ministerio de Planificación Federal. Y aunque tuviera independencia, pues no tendría un marco regulatorio vigente como para exigir y que le exijan.
Fue el kirchnerismo y no otro Gobierno el que decidió crear este sistema en el que el Estado paga millones para que los trenes corran cada vez peor. La plata va y viene. En enero, según datos oficiales, se destinaron 291 millones de pesos para que los trenes funcionen como hierros rotos móviles. Trenes de Buenos Aires, la empresa concesionaria del ramal Sarmiento, que además maneja el ramal Mitre, recibió 76,9 millones de pesos para funcionar. Nada de eso se destina a obras ya que todo se va en gastos operativos.
Desde que el kirchenrismo impuso su política ferroviaria, los cheques que salieron para subsidiar el sistema ya llegan a 4158 millones de pesos (poco menos que mil millones de dólares). Nunca hubo un presupuesto tan grande destinado al sistema ferroviario y nunca, claro está, hubo un gasto tan ineficiente como este.
Pese a todo, el sistema es deficitario por donde se lo mire. Los usuarios pagan monedas por un servicio que vale sólo eso: monedas. Los empresarios se quejan de que la mayoría del dinero se va en sueldos. Los gremios callan cómplices. Negocian sueldos importantes, manejan la nómina de empleados y tienen privilegios gremiales como pocos.
Hubo dinero como nunca para mantener en emergencia los trenes pero ni Ricardo Jaime y menos aún Juan Pablo Schiavi, los secretarios de Transporte del kirchnerismo, tuvieron una política ferroviaria clara. No se sabe qué hacer. Este Gobierno fue el que compró trenes usados, algunos en estado de chatarra, a España y Portugal. Y los pagó millones. La mayoría de estos están escondidos y oxidados, no vaya ser que algún periodista intrépido les saque una foto.
La falta de inversión es total y se ve a simple vista. No hay que ser especialista para ver el estado calamitoso de los ferrocarriles. Las causas del accidente no fueron mecánicas. Fueron mucho más profundas. Y mientras los heridos se reparten entre los hospitales porteños, los empresarios ferroviarios y el Gobierno ya están gestando el próximo accidente. Por lo menos, si todo se mantiene igual.
Esto se podría haber evitado si se hubiera escuchado la voz de los trabajadores del Sarmiento y su cuerpo de Delegados, encabezado por el dirigente Rubén “Pollo” Sobrero
La Olmos
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