El G20, símbolo del fracaso de un sistema
por Eric ToussaintDecididamente es urgente optar por otra arquitectura internacional y democrática. También conviene que las opciones sean anticapitalistas: rechazar la dictadura de los acreedores, expropiar los bancos sin indemnizaciones y ponerlos bajo control ciudadano, rechazar el pago de una deuda ilegítima, redistribuir, de forma radical, la riqueza.
El G20 no tiene más legitimidad que su progenitor el G7 (Estados Unidos, Canadá, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Japón). Estos países lo crearon hace tres años cuando comenzaban a estar minados por la crisis económica más importante desde los años treinta del siglo pasado. El G20 fue un fracaso desde el comienzo hasta el fin de su reunión del 3 y 4 de noviembre de 2011, en Cannes (Francia). La crisis de la Unión Europea y de la zona euro es evidente y está en el centro de todas las preocupaciones. La pirueta de Georges Papandreu anunciando, tres días antes de la cumbre, la convocatoria de un referéndum en Grecia para enero de 2012, cuestionó el último andamiaje que trataba de evitar una quiebra en cadena de los grandes bancos privados europeos y su efecto bumerán sobre las instituciones financieras norteamericanas. |1|
Y este anuncio convulsionó una agenda del G20 minuciosamente preparada desde hacía meses. De manera patética, todos los jefes de Estado y de gobierno y los dirigentes empresariales se volvieron, de repente, dependientes de la capacidad del tándem Sarkozy – Merkel de lograr que las autoridades griegas declararan, antes del fin de la cumbre, que el referéndum no se celebraría. Si la perspectiva de un referéndum se hubiera confirmado y si éste consistía en pedir al pueblo griego su conformidad para la aplicación de los acuerdos de la cumbre europea del 26 y 27 de octubre de 2011, se hubiera producido un desastre bancario y financiero. ¿Por qué hubiera pasado eso? Porque todo indicaba que el plan iba a ser rechazado ya que, según un sondeo realizado después del 27 de octubre, sólo el 12 % de los griegos aprobaba dicho acuerdo. La perspectiva de este rechazo habría provocado durante el mes de noviembre un descalabro del valor de los títulos griegos, lo que hubiera obligado a los más grandes bancos franceses y de otros países europeos a aplicar una quita de entre el 80 y 90 % a sus activos griegos. Los accionistas habrían aumentado la venta de acciones de esos bancos provocando un marasmo en la bolsa. Se habrían desencadenado ataques especulativos contra los títulos italianos y españoles, a los que la zona euro habría sido incapaz de enfrentarse, ya que el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) no tiene los medios necesarios. Los bancos franceses, alemanes y de otros acreedores de Italia y España no hubieran resistido.
Es evidente que Georges Papandreu, bajo la presión de las nuevas y durísimas reacciones populares ocurridas durante la fiesta nacional del 28 de octubre y frente a las críticas dentro de su propio partido, intentó ganar tiempo torpemente, y asegurarse un voto de confianza en el parlamento. Ese cambio, de alguien que desde hace 18 meses se burla de las reglas más elementales de la democracia y reniega de sus compromisos electorales, no era motivado por la voluntad de dar la palabra al pueblo La verdad es que cuando, el 1 de noviembre, se conoció su promesa de referéndum, ésta fue ampliamente rechazada por la población así como por los partidos y organizaciones sociales de izquierda. Por supuesto, por razones totalmente opuestas, los dirigentes europeos se opusieron en forma unánime a cualquier consulta popular que concerniera al nuevo plan de austeridad impuesto a Grecia en el marco del acuerdo europeo de octubre de 2011.
La crisis de la Unión Europea fue bien visible durante la cumbre y los dirigentes de las instituciones europeas no tuvieron los papeles principales. J. M. Barroso y H. Van Rompuy, respectivamente presidente de la Comisión Europea y del Consejo Europeo, fueron simples figurantes mientras que Sarkozy y Merkel lideraron, del inicio al fin, todas las transacciones importantes.
Aunque la vuelta atrás de Georges Papandreu y la perspectiva de un gobierno de unidad nacional que se comprometa a aplicar las medidas de austeridad, que la mayoría del pueblo griego rechaza, salvan la cara del plan de ayuda a Atenas —mejor dicho del plan de rescate del euro y de los grandes bancos privados—, tal es el descontento en Grecia que nada está definitivamente cerrado.
Desde ahora en adelante, Italia será el próximo eslabón más débil de la zona euro con una deuda soberana seis veces más importante que la de Grecia. El G20 constituye un fracaso terrible para el gobierno italiano. Silvio Berlusconi tuvo que aceptar que su país sea sometido a un examen permanente por parte del FMI. Al salir de la cumbre, Christine Lagarde, directora general del FMI, declaró respecto al jefe de gobierno italiano: «Lo someteremos al test de la realidad» y agregó a propósito de Italia «Enviaré cada tres meses un equipo compuesto seguramente de 5 o 6 especialistas.» |2| Que un país miembro fundador del G7 sea sometido a un tratamiento tan humillante muestra la profundidad del fracaso de la zona euro y de la Unión Europea. No olvidemos que Mario Draghi, el nuevo presidente del Banco Central Europeo, era hasta hace un mes el director del Banco Central italiano, después de haber sido ministro del gobierno Berlusconi. El BCE, que está en plena crisis, no tiene por lo tanto la presidencia sólida que necesita para hacer frente a esta situación. El anuncio realizado por Mario Draghi, ex miembro de Goldman Sachs, de la reducción del 0,25 % en el tipo director del BCE constituye una nueva concesión a los banqueros con déficit de financiación a buen precio.
Otro fracaso para la UE y la eurozona: al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera todavía no le adjudicaron las nuevas competencias y el aumento de medios previstos en la cumbre europea del 21 de julio de 2011. Los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) finalmente dijeron que no aportarían fondos al FESF.
Por otro lado, parece que el FMI no va tan bien como su directora quisiera hacernos creer: los 500.000 millones de……. prometidos al FMI por la cumbre del G20 de 2009, reunida en Londres, no se han visto confirmados. Y esto es consecuencia del rechazo de los países del G7 a aceptar una exigencia de los BRIC. Éstos deseaban que su ayuda al FMI, a la UE y a Estados Unidos se viera recompensada por un aumento de su peso en las instituciones internacionales (FMI, Banco Mundial, etc.) Pedían un nuevo reparto de los derechos de voto y también puestos de responsabilidad para lograr influir en estas instituciones. Salieron perdiendo las dos partes: el G7 no consiguió convencer a los países emergentes a aflojar su bolsa y a su vez éstos no obtuvieron un peso estructural en esas instituciones conforme a su importancia económica y política.
A pesar de que se enfrentan a una profundización de la crisis económica y a unas sombrías perspectivas para 2012, los gobiernos de los países más industrializados rechazan tomar unas medidas elementales para restituir el orden en el sector financiero privado y relanzar la economía: separación entre bancos de depósitos y bancos de negocios, prohibición de algunas actividades especulativas, impuesto sobre las transacciones financieras, límite en los sueldos de los administradores de sociedades y una limitación muy estricta de los bonos, represalias contra los paraísos fiscales, aumento de los gastos públicos para relanzar el empleo, protección del poder adquisitivo de los asalariados y de los receptores de subsidios sociales… De todas estas medidas que en un momento u otro de la crisis fueron propuestas por responsables políticos como Nicolás Sarkozy, el anfitrión de esta cumbre del G20, ninguna fue puesta en práctica. Sin embargo, estas medidas constituyen la mínima expresión de un programa del tipo del que adoptó el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt en su país, para afrontar la gran depresión.
Barack Obama y todos los dirigentes europeos optaron por otra vía: el apoyo estructural masivo a los bancos y a otras instituciones financieras para tratar de evitar las quiebras en cadena conjuntamente con un refuerzo de las políticas neoliberales (reducción de los gastos públicos y del poder adquisitivo de la mayoría de las familias, refuerzo de las políticas de precarización del trabajo asalariado, una nueva ola de privatizaciones, aumento de los impuestos indirectos, etc.). Los resultados de esta elección no levantan ninguna duda: una degradación del nivel de vida de la mayoría de la población de los países afectados, un continuo aumento de las desigualdades, la posibilidad de nuevas quiebras bancarias ya que no se impuso ningún límite serio a las políticas especulativas, un crecimiento escaso salpicado de recesiones durante diez, incluso quince años, el mantenimiento de un endeudamiento estructural de los poderes públicos como consecuencia de la insuficiencia de los ingresos fiscales, la continuación de la crisis en la zona euro,…
El abismo que separa la real politik y el discurso lleno de fanfarronadas respecto a los abusos de los mercados es patente cuando se lee el siguiente trozo de la declaración final: «No toleraremos una vuelta a los comportamientos observados antes de la crisis en el sector financiero, y controlaremos estrechamente la puesta en marcha de nuestros compromisos respecto a los bancos, a los mercados OTC de derivados y a las prácticas remunerativas».
Especialmente mortífera en los países del Sur y en particular en África, la crisis alimentaria provocada principalmente por la especulación sobre los productos agrícolas figuraba también en la agenda del G20 y su examen no dio pie a ninguna medida. La declaración se contenta con afirmar que es necesario: «atenuar los efectos de la volatilidad de los precios».
Luego de esta cumbre del G20, los indignados de Europa y de Wall Street ven sus convicciones reforzadas. Los que pretenden conducir al planeta son incapaces de encontrar unas soluciones correctas y han utilizado toda su influencia para impedir que un pueblo pueda pronunciarse sobre las recetas neoliberales que le imponen. La lección no será olvidada. Decididamente es urgente optar por otra arquitectura internacional y democrática. También conviene que las opciones sean anticapitalistas: rechazar la dictadura de los acreedores, expropiar los bancos sin indemnizaciones y ponerlos bajo control ciudadano, rechazar el pago de una deuda ilegítima, redistribuir, de forma radical, la riqueza.
Notas:
1) Véase Éric Toussaint: "El eslabón más débil en Europa son los bancos"
2) Entrevista a Christine Lagarde publicada en Le Monde del 6-7 de noviembre de 2011, p.12
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