Los cónsules del imperio en Trípoli
por Antonio Peredo Leigue
David Cameron y Nicolás Sarkozy llegaron esta mañana, 15 de septiembre, a Trípoli para certificar que los vencedores de la invasión son ellos: Estados Unidos de Norteamérica, Gran Bretaña, Francia y sus aliados menores. El Consejo Nacional de Transición ni siquiera fue anfitrión del acontecimiento; su papel se redujo a presentarlos, pues hasta la organización del plan de seguridad estuvo en manos de los conquistadores. Esto no puede menos que recordar la entrada de Hitler a París en 1940.
Los dos mandantes del imperio llegaron para poner las condiciones de sometimiento. El llamado Consejo Nacional de Transición deberá establecer la legislación necesaria para transformar a Libia en un país a la medida del imperio. De los fondos que pertenecen a Libia y están secuestrados en la banca europea y norteamericana, se han liberado 1.000 millones de dólares y quedan 12.000 millones que se mantendrán en depósito y su retiro se hará en partidas, conforme vayan cumpliéndose los planes impuestos por el imperio.
Mientras Gran Bretaña enfrenta una huelga obrera y Francia se debate ante las huelgas de transportistas y trabajadores de las refinerías, los enviados se apresuraron a viajar a la capital de Libia, porque esperan obtener los réditos necesarios para sacar a flote sus economías en bancarrota. Claro que pueden permitirse todavía algunos gestos de beneficencia. Anunciaron que se harán cargo del retiro de las minas personales sembradas en todo el territorio libio y hasta tuvieron la gentileza de recordar al niño Ahmed mutilado por una granada que explotó en la escuela donde murieron algunos de sus compañeros.
La historia puede repetirse una vez más. Afganistán es una trampa de la que no pueden librarse Estados Unidos y sus aliados, desde hace diez años. Parecía simple el negocio de aquella guerra, pero una década después, la trampa provoca muertos y más muertos entre las tropas invasoras y no hay recuperación económica de una aventura costosa. En Irak no les ha ido mejor: ocho años de ocupación, sin que puedan recuperar lo invertido.
Antes de invadir, el entonces vicepresidente estadounidense Dick Cheney había diseñado el plan por el cual, cuatro empresas en las que tenía intereses personales, se encargarían de la reconstrucción del país que iban a destruir. Han destruido y siguen destruyendo, pero ni siquiera pueden volver a los niveles de producción petrolera que tenía Irak antes de la invasión. De allí también siguen llegando ataúdes a Estados Unidos.
Pero, los siempre inquietos estrategas de Washington, vieron una gran oportunidad en Libia. Un y medio millones de barriles de petróleo que diariamente salen a Europa, volumen que fácilmente puede elevarse a más de 2 millones; es una tentación hacerse de esa riqueza. No habrá muchos problemas porque, a diferencia de Afganistán e Irak, cada uno con más de 30 millones de habitantes, Libia sólo tiene 6 millones. Esta vez no tendrán que reportar muertos propios. Hasta ahora, las 50 mil víctimas de esa hazaña bélica han sido todas, absolutamente todas, libias y algunos otros africanos y árabes residentes en ese enorme país.
El imperio, incluso, tomó previsiones. Secuestró los fondos depositados por Libia en bancos de Estados Unidos y Europa. Ha anunciado que son 13 mil millones de dólares, aunque otras versiones suben la cifra hasta 20. Es posible que esa diferencia se quede en poder de los vencedores. Pero también los otros 13 no terminan de ser liberados. Con una avaricia propia de “El mercader de Venecia”, han anunciado que, el llamado Consejo de Transición, puede disponer de mil millones. Calculando sólo el 1% de interés anual, al secuestrar el dinero libio, los bancos están ganando 130 millones de dólares al año, o sea más de 10 millones mensuales. Un negocio sin ningún riesgo.
Es una macabra coincidencia que las más de 50 mil víctimas de esta guerra de conquista representen también 1% de la población.
Esta mañana, 15 de septiembre, los cónsules del imperio llegaron a Trípoli para confirmar los términos de la rendición. Los obsequiosos miembros del Consejo de Transición ni siquiera se tomaron un tiempo; con una inclinación de cabeza, dieron a entender que no se opondrían a nada.
Ni siquiera participarán en la arremetida contra Sirte, la pequeña ciudad en la que nació Gadafi, que el imperio castigará porque espera encontrar allí al líder de la revolución libia. Para llevar adelante este cometido, el imperio ha aislado completamente el lugar, impidiendo que lleguen periodistas o que salga alguna información de allí.
Los cónsules han preparado el escenario para que el emperador (¿o será la emperatriz?) llegue en gloria y majestad a tomar posesión de su última conquista. Los miembros del llamado Consejo Nacional de Transición ¿tendrán ya el bastón de mando que le entregarán en esa ocasión? Aunque no es necesario. Hitler no consideró oportuno ese espectáculo indecente.
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